Las emociones son esenciales para la educación por tanto hay que conocer su papel y en qué proporción incrementan el aprendizaje o lo dificultan. Al ser la enseñanza una actividad interactiva entre dos personas, maestro y discípulo, la relación sentimental entre ambas partes cuenta en este análisis del contexto escolar.
El aprendizaje tiene que ser motivado, emocionante y útil. Esto no es por supuesto una tarea fácil. La mayor parte de los niños, que suelen moverse por necesidades primarias, se sientan en el aula, pero tienen asegurada su supervivencia, por tanto sus necesidades se ven reducidas o desplazadas y su motivación para el esfuerzo que supone el aprender, desaparece.
Es patente que en la vida humana no sólo existen las necesidades básicas, como muy bien señaló Maslow, sino que hay un sistema de necesidades adquiridas; en este punto es donde radica la importancia del medio proponiendo metas cuyo alcance produce una satisfacción social, paralela a la satisfacción primaria de necesidades básicas.
Todo el mundo desea tener coche, el coche no es una necesidad primaria y, sin embargo, la vida en la que estamos inmersos ha generado ese nuevo tipo de necesidad. Esas necesidades secundarias son las que es necesario manejar en la escuela para lograr la motivación al esfuerzo y al trabajo, puesto que está demostrado que ambas son la esencia del éxito en la escuela.
La motivación de logro, la afiliación, la aprobación social, la atribución causal del éxito son las herramientas a utilizar. Los incentivos, especialmente en el mundo infantil, son de carácter emocional, por tanto, es de importancia capital conocer los desencadenantes de las emociones infantiles y su relación con la motivación.
La psicología ha explorado exhaustivamente el tema de la capacidad intelectual (CI) y de las aptitudes (disposición) en relación con el aprendizaje; pero cosas tan relevantes como las actitudes, la motivación y las expectativas habían sido menos atendidas o relegadas a un segundo término. Por el contrario, en este momento juegan un matiz prioritario, porque los problemas que se detectan en la escuela tienen un marcado cariz emocional y sólo combinando el Cociente intelectual con el Cociente Emocional se pueden alcanzar buenos resultados.
El conocimiento de las emociones infantiles es esencial para poder manejar el mundo de los niños. Los niños nacen con afectos positivos y negativos alveolados en las tres emociones básicas: miedo, alegría e ira. Poco a poco, van construyendo las otras más complejas, de modo que a los siete años el mundo emocional del niño es comparable con el del adulto en lo que se refiere a conocimiento y regulación; sin embargo, experimenta la emoción con mayor intensidad. El paralelismo entre emoción y motivación es tal que muchos autores las identifican, aunque la motivación puede tener una gama más variada e intelectual.
Uno de los elementos fundamentales es entender que los afectos positivos mueven a la acción, orientada a la consecución de la propia satisfacción, pero también a la satisfacción de los otros a los que me hallo ligado sentimentalmente.
Todo aprendizaje necesita su dosis emocional pertinente sin traspasar el punto en donde se convierte en perturbadora. La ansiedad, la ira, el entusiasmo, el estrés, el miedo, el orgullo, la vergüenza ayudan a aprender en su justo medio. Por el contrario, la depresión, la desesperanza, la ansiedad, la rabia impiden el nacimiento de la motivación para alcanzar cualquier meta. La promoción de una activación emocional equilibrada y la detección de emociones negativas que impidan el aprendizaje son metas a conseguir en la escuela. El control emocional es la herramienta que ayuda a encontrar ese equilibrio, que promociona el rendimiento, por un lado, y la implicación del niño en la escuela, de otro.
La ley de Yerkes-Dobson (1908) mostró la relación entre emoción y aprendizaje de un modo matemático: La curva en U invertida regula este proceso y muestra que la activación emocional eleva el aprendizaje hasta un punto óptimo a partir del cual, si la activación se incrementa, el aprendizaje disminuye. Los procesos de atención, memorización y procesamiento de la información están indisolublemente ligados a estados emocionales. Esto afecta tanto a la emoción negativa como positiva; por ello ha hecho fortuna el término de “estrés positivo”. En el extremo izquierdo de la curva están los niños que tienen, por alguna razón, por ejemplo, una emoción que produce una baja activación, como la depresión. En este caso sus expectativas, su idea de si mismo y la creencia en su propia capacidad están mermadas.
Por otra parte el extremo derecho de la curva muestra cómo una mayor activación emocional produce un descenso del rendimiento, como ocurre en el caso de la ira. El equilibrio emocional del niño es la meta a conseguir. La U invertida es la plasmación visual de esa relación. A poca activación emocional poco rendimiento; a moderada activación emocional mayor rendimiento, hasta alcanzar un punto óptimo; a partir de ahí el incremento de activación produce un descenso de rendimiento. Por tanto, las emociones de intensidad moderada ayudan al aprendizaje, mientras que la ausencia de emoción dificulta aprender y el exceso de emoción también.
Normalmente, la ansiedad y la depresión pasan desapercibidas en la escuela, puesto que los niños que las sufren no se hacen notar y a menudo pasan desapercibidos por sus maestros y sus padres. Sin embargo, las consecuencias de aquellas pueden ser devastadoras, no sólo para la integración escolar de los niños sino para su adaptación social futura.
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Muchas gracias Ana y Alex por seguirnos. Nos alegra ver gente joven como vosotros tan implicada con este tema.
La faceta emocional es muy importante y desgraciadamente tan descuidada, a veces, en el ámbito escolar. Aunque últimamente ya se está empezando a introducir el concepto de inteligencia emocional en etapas escolares muy tempranas, todavía queda mucho camino por recorrer.
Gracias por vuestra aportación.
Saludos cordiales,