Desde que el niño nace, necesita del adulto para sobrevivir y la interacción social genera interacción emocional. El bebé nace con un mundo emocional propio, que aunque básico, le será suficiente para ir construyendo un mundo relacional y emocional muy rico y complicado. El bebé, incluso antes de nacer, percibe un gran número de sensaciones que le van conectando con el mundo exterior. En el vientre de su madre, percibe sonidos internos y externos, recibe sensaciones táctiles a través de la piel, duerme, se despierta, se sobresalta… Una vez nacido, algunos de esos estímulos, son reconocibles y le transmiten seguridad. La voz de su madre o su respiración, le calman porque son familiares y le reportan tranquilidad. Ya antes de nacer comienza a sentir bienestar o malestar. Desde que nace o a las pocos semanas de nacer, el bebé experimenta y expresa lo que el adulto puede identificar como emociones básicas: alegría tristeza, enfado y miedo.
La alegría es una emoción básica que tiene su expresión en la sonrisa, hasta el segundo mes y a partir de éste, aparece la risa. Durante las primeras semanas la sonrisa surge como respuesta refleja. Tiene la función de descarga neural y también aparece durante el sueño REM. Estímulos externos con características brillantes y sorprendentes provocan en el bebé una sonrisa. A partir del segundo mes, el niño tiene preferencia por la cara humana, y aparece la sonrisa social como respuesta a la interacción con personas de su entorno. La sonrisa social provoca en el adulto una reacción de atención y juego hacia el niño, quien responde con gestos que manifiestan su placer por la interacción y vocalizaciones que suelen recibir retroalimentación. En este intercambio se producen abundantes manifestaciones de alegría.
Su emoción opuesta, la tristeza, puede ser interpretada durante los dos primeros meses mediante gestos y actitudes corporales que se manifiestan en el bebé como reacción a situaciones endógenas y exógenas que le provocan malestar. A partir del segundo mes de vida, aparecen vocalizaciones nerviosas ante estímulos dolorosos, ante la retirada de objetos de su agrado o ante la paralización de una interacción que estaba siendo placentera.
Otra de las emociones básicas que el bebé manifiesta desde las primeras semanas de vida es el enfado. Hacia los cuatro o seis meses, junto con el llanto, el niño muestra movimientos corporales específicos para expresar su enfado. Se enfada, llora y se mueve ante un gran abanico de situaciones o ante interacciones sociales en las parece sentirse frustrado.
Hacia los seis u ocho meses, el llanto y los movimientos corporales se ven acompañados con movimientos de búsqueda del cuidador, lo que podemos interpretar como otra emoción básica que surge en el niño: el miedo. Ante situaciones desconocidas o que el niño considera amenazantes, y ante personas que para él son extrañas, necesita la referencia y la seguridad de sus padres o cuidadores.
La evolución de las emociones básicas se va viendo reflejada en un aumento y variación, tanto de las expresiones corporales que les acompañan como de los estímulos que las provocan.
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Me gusta la información y se hace necesario que se comparta a nivel nacional e internacional, ya que nos damos cuenta que un adulto influye en la expresión de los sentimientos de un bebè y ésta información permite al ser humano hacerle conciencia de que tan importante es tener el mayor cuidado de un niño o niña, desde el vientre de la madre!!
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