Una galleta grande o la gran galleta
Todas las herramientas sobre las que estamos trabajando en estos últimos post, tienen como objetivo principal nuestro propio entrenamiento, el control de lo que hacemos y de cómo nos encontramos.
La mala y la buena noticia, es que no vivimos solos, y que las personas con las que nos relacionamos a diario se encuentran con situaciones y dificultades similares a las nuestras y que seguramente tampoco saben cómo resolver. Interactuamos y convivimos en cualquier ámbito: escolar, laboral, social o familiar, afortunadamente no vivimos solos y sin embargo, una fuente importante de nuestras desdichas y frustraciones llega a través de las personas con las que nos relacionamos a diario, familia, pareja, compañeros de colegio o de trabajo, maestros y personal del colegio en general o jefes en el ámbito laboral con quienes no siempre nos “entendemos”.
¿Alguna vez has tenido la sensación de que nadie te escucha, nadie entiende lo que explicas, nadie sabe seguir tus instrucciones? ¿De repente sólo sabes rodearte de ineptos e ignorantes, malas personas que no saben o no quieren atenderte, que no te entienden? O ¿tal vez has dejado de prestar atención a las necesidades de los demás para centrarte en tu necesidad de “soltar” tu información y esta no siempre es recibida como tú esperas?
El proceso de la comunicación tiene como objetivo expresar deseos, expresar necesidades, expresar ideas, expresar opiniones de acuerdo o de desacuerdo, dar o recibir órdenes, expresar agrado o desagrado, expresar sentimientos y expresar emociones, en definitiva, permitirnos hacer saber a nuestro entorno cómo percibimos el mundo, cómo nos hacen sentir, y qué esperamos de ellos.
Sin embargo, la emisión de nuestro mensaje no siempre llega al receptor de la manera en la que imaginamos que lo hemos emitido. ¿Cuántos conflictos has vivido a causa de una comunicación deficiente?
Un error en la comunicación puede llevarte a pensar que los demás no se ocupan de ti, incluso a dificultar que te ayuden o a crear una situación de malestar o suspicacia por el no entendimiento, hoy os voy a contar una situación vivida recientemente.
La historia de “La galleta”
Contexto: sábado por la mañana de un fin de semana de febrero, lejos de la gran ciudad, en un lugar apartado, en plena naturaleza en la ladera de una montaña. Durante el desayuno, uno de los interlocutores (I-1) indica que ya no queda casi madera cortada para echar en la estufa, el otro de los interlocutores (I-2) se ofrece a cortar madera cuando termine el desayuno y antes de prepararse para salir de excursión y luego ir a comer a la playa. Dicho y hecho, “I-2” según termina, tras recoger sus platos y dejando café y comida sobre la mesa, se pone ropa de trabajo (mono, botas y guantes), coge la motosierra y se dispone a la tarea comprometida. Tras un rato, “I-1” sale de la casa, con el pelo aún mojado por el agua de la ducha, ropa recién planchada, bambas de ante con suela blanca y lisa, “como un pincel”.
(El ruido de una motosierra funcionando 115-120 dB, el de un concierto de rock o una sirena de ambulancia también es de 120 dB) El ruido de la motosierra desaparece cada vez que se coge una madera nueva para cortar.
I-1: “Estás cortando leña”
I-2: “Estoy cortando leña”
Más madera, nuevos 120 dB “I-1” desaparece de la vista de “I-2” que se concentra nuevamente en la madera y la cadena de dientes afilados de la motosierra.
I-1: Grita:“¡I2 …………… GALLETA ……………!”
I-2: Sin parar de cortar leña: “¿QUÉ QUIERES?”
I-1: “¡ …………… GALLETA ……………!”
I-2: Sin ruido de motosierra: “NO ENTIENDO NADA”
I-1: “¡…………… GALLETA ……………!”
I-2: Sin ruido de motosierra: “¿Qué dices de las galletas? Espera un momento que termino y llevo la madera a casa y me dices lo que quieres que no entiendo nada”
Minutos más tarde I-2 lleva la madera a la casa, pero I-1 no aparece, I-2 sale y busca en los alrededores, tal vez no dijo nada de una “galleta”, querría otra cosa y no ha esperado, se habrá ido a dar un paseo.
Aparece I-1 con magulladuras, barro en la ropa, un susto de muerte, enfado y decepción en su rostro.
I-1: ¿Me caigo desde 3m por un muro de piedra y esta es la ayuda que me ofreces?
I-2: ¿Te caes de dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué?
I-1: ¡Te lo estaba diciendo! “¡ME HE DADO UNA GALLETA DE LAS GRANDES!”
I-2: ¡Ah! ¡Creía que querías una galleta de las grandes!
I-1: ¿Para qué iba yo a querer una galleta en mitad del monte? ¡Me he caído!
I-2: “No sabía que estabas en el monte, pensaba que estabas en casa y volvías a desayunar mientras yo cortaba leña…”
Afortunadamente I-1 no necesitó de I-2 para recuperarse de la “galleta”.
Sabemos que el emisor es el responsable de que la comunicación sea eficaz, de hecho, si no fuera importante para el emisor que el mensaje llegase al receptor, no habría motivo para realizar el esfuerzo de la comunicación, sin embargo, en muchas ocasiones, “soltamos” la información y dejamos la responsabilidad del entendimiento en quien la “recoge” ¿no lo has entendido? ¿no has escuchado? ¿no te has enterado? En vez de “No me he expresado bien” o ¿Qué has entendido? y es que la clave para evitar las situaciones de estrés que suponen las malas interpretaciones no está en el que escucha, sino en el emisor.
Si necesitas que alguien realice una tarea, asegúrate de que ha comprendido exactamente qué tiene que hacer, cuándo debe iniciar y acabar, si hay un lugar concreto dónde deba hacerlo, si tiene que contar con alguien para hacerlo o comunicar cuándo ha terminado. Si alguien está haciendo algo que no me gusta, tendré que asegurarme de decirle el qué no me gusta, si no me gusta nunca o sólo en determinadas ocasiones y cuáles son esas ocasiones. Cuando me aseguro de esta información, evito que la tarea se entregue fuera de plazo, que se realice de forma incompleta, que se haga algo que no me gusta y evitaré situaciones de estrés futuro. Si pones como protagonista de la comunicación siempre al que va dirigida la información, lograrás una comunicación eficaz.
Ahora bien, puesto que buscamos herramientas que nos permitan evitar situaciones de estrés provocadas por el descontrol de las situaciones, si somos nosotros los receptores, no tengamos pudor en hacer el trabajo del emisor. Demos feedback a nuestro interlocutor de lo que estamos entendiendo. Si no hemos recibido la información anterior, busquémosla: qué tengo que hacer, cuándo debo iniciar y acabar, si hay un lugar concreto dónde deba hacerlo, si tengo que contar con alguien para hacerlo o comunicar cuándo he terminado. Preguntaré si lo que estoy haciendo te gusta o no, y si no te gusta nunca o sólo en determinadas ocasiones y cuáles son esas ocasiones. Si todo está claro, no habrá lugar para las malas interpretaciones.
Del conocimiento que tengamos sobre la forma de entender de otro, del conocimiento que tengamos sobre la cantidad de información previa que tiene sobre lo que queremos comunicar, del conocimiento que tengamos sobre la opinión que tiene al respecto, del conocimiento que tengamos sobre el “ruido” que rodea a nuestro interlocutor, dependerá cómo debemos expresar la información que le ofrezcamos. La información nunca es objetiva, nunca es aséptica, siempre comunicamos con matices y siempre es procesada bajo los constructos socio-culturales y ético-morales del receptor. Sólo conociendo cómo va a ser recibida, podremos presentarla para que se entienda lo que queremos transmitir.
Tanto si somos receptores como si somos emisores, debemos prepararnos para una atención plena durante el proceso de comunicación:
Desde un punto de vista físico es recomendable una concentración máxima para recibir o emitir con los cinco sentidos la información. Oído para escuchar el sonido, vista para visualizar el lenguaje no verbal, tacto para percibir si es necesaria la ejemplificación de una intensidad, por ejemplo, y olfato y gusto a ser posible en estado neutro para que no distorsione a los otros tres sentidos (no como ni bebo mientras me comunico). Con los 5 sentidos al servicio de la comunicación, el siguiente paso será procesar la información recibida a través de los sentidos, palabras, gestos y demás señales las dotaremos de significado relevante según nuestras ideas previas, para asegurarnos que el significado que le estamos dando a la información es la que el emisor está “lanzando”, reformularemos con nuestras palabras para confirmar que lo que hemos entendido es lo que nos quieren decir, desde el papel de emisor, este pedirá que el interlocutor reformule para confirmar que se entiende el mensaje en el mismo sentido. Empatizar con el interlocutor, comprender y ponerse en el lugar del otro, esto no quiere decir que tengas que compartir lo que piensa, sólo comprender por qué lo piensa.
Si eres receptor, mientras escuchas atiende con los 5 sentidos, cuando hayas atendido interpreta y confirma lo que entiendes, si no lo has entendido, haz saber a tu interlocutor que necesitas otra explicación, comunica hasta que el entendimiento se produzca. Sólo así la comunicación será eficaz. Tanto si emites como si recibes, ten paciencia, confirma, más vale recibir sólo una idea correcta que cientos inciertas.
¡Entrena tu atención plena para una comunicación eficaz!
Excelente post, Valle Molinero!
Gracias por tus palabras José Manuel